Si cree que el amor es ciego, debería saber que, cuando uno habla, también se vuelve ciego y además sordo. Cuando se habla sin parar es muy fácil no darse cuenta de que se está abusando del turno de palabra, e incluso, puede llegar a ignorarse a otra persona que intenta educadamente hacerse un hueco en el diálogo, o simplemente trata de salir de la conversación porque debe ir a otra parte (posiblemente cualquier otra parte si uno se ha puesto realmente pesado).
Existen tres fases dentro de las conversaciones con otras personas. Durante la primera fase, usted se mantendrá centrado, relevante y conciso. Pero entonces descubre inconscientemente que cuanto más habla, mayor es la sensación de alivio. Es una sensación maravillosa y liberadora, pero no tano para el receptor. Esta es la segunda fase, en la que sienta tan bien hablar que uno ni se fija en si la otra persona le está escuchando.
La tercera fase se produce después de haberle perdido la pista a lo que iba diciendo, cuando empezará a darse cuenta de que podría necesitar volver a captar la atención de la otra persona. Si durante la tercera fase de este monólogo mal disfrazado de conversación, inconscientemente usted percibe que la otra persona se está volviendo algo inquieta, adivine lo que sucederá a continuación.
Por desgracia, en lugar de encontrar la manera de volver a enganchar a su inocente víctima al permitirle hablar y escucharle, el típico impulso consiste en hablar aún más en un intento por volver a atraer su interés.
¿Por qué sucede esto? Primero, la sencilla razón de que todo ser humano tiene sed de ser escuchado. Pero segundo, porque el proceso de hablar sobre nosotros mismos libera dopamina, la hormona del placer. Uno de los motivos por los que la gente parlanchina sigue dándole a la lengua es que se vuelve adicta a ese placer.
Poco después de publicarse mi libro, Just Listen (Sólo escucha), yo también sucumbí e ignoré las señales de que había empezado a irritar a mi amigo y compañero, Marty Nemko, el presentador de un programa de la radio nacional de Estados Unidos. Marty y yo llevamos años haciéndonos mutuamente de coach, así que me tocó la fibra cuando me dijo: “Mark, para un experto en la escucha, necesitas hablar menos y escuchar más”.
Después de superar la vergüenza que me generó su regañina, me sugirió una apañada estrategiaque he estado empleando. A mí me ayuda, y puede que a usted también le sirva. Nemko lo llama la regla del semáforo. Dice que funciona bien con la mayoría de la gente, sobre todo con personalidades del tipo A, que tienden a ser menos pacientes.
Durante los primeros 20 segundos de hablar, el semáforo está en verde: mientras que su discurso sea relevante para la conversación y usted se muestre a su servicio, seguirá cayendo bien a su interlocutor. Pero a menos que usted sea un talentoso anecdotista, la gente que habla mucho más de aproximadamente medio minuto de golpe resulta pesada y a menudo es percibida como demasiado habladora. Así que la luz se vuelve ámbar durante los siguientes 20 segundos. En este punto aumenta el riesgo de que la otra persona empiece a perder el interés o encontrarle tedioso. A los 40 segundos, la luz se pone en rojo. Sí, existen casos puntuales en los que querrá saltarse el semáforo en rojo y seguir hablando, pero la gran mayoría de las veces deberá parar o se meterá en terrenos peligrosos.
Nemko afirma que la regla del semáforo sólo es el primer paso para evitar hablar demasiado. También es importante determinar la motivación subyacente que le impulsa a ello. ¿Lo hace por el placer que le proporciona hablar sin parar y desahogarse? ¿Habla para aclarar su forma de pensar? ¿O habla porque a menudo tiene que escuchar a otras personas, y cuando da con alguien que le cede el micrófono simplemente no se puede resistir?
Sea cual sea la causa, los soliloquios normalmente ahogan las conversaciones, y pueden provocar que todos los participantes se deterioren en monólogos alternos. Y eso desde luego poco hará por hacer avanzar ni la conversación ni la relación.
Una razón por la que algunas personas son tan habladoras es por que intentan impresionar al resto con su intelecto, a menudo porque en realidad no tienen tanta confianza en sí mismas. Si este es su caso, dese cuenta de que seguir hablando sólo hará que la otra persona se sienta menos impresionada.
Por supuesto, algunas personas que hablan demasiado simplemente “puede que no perciban el paso del tiempo”, dice Nemko. En este caso, la cura no consiste en analizarse en busca de pistas psicológicas, sino en desarrollar una mejorada percepción interna de cuánto duran 20 segundos. Empiece a llevar reloj y a comprobarlo para pillarse en el acto, por ejemplo, cuando habla por teléfono. Adquirirá la costumbre de concluir un discurso mientras el semáforo siga en verde, o al menos en ámbar.
Por último, recuerde que incluso 20 segundos hablando pueden enfriar a los oyentes si no son activamente incluidos en la conversación. Para evitar eso, haga preguntas, intente incorporar y profundizar en lo que digan las otras personas y busque maneras de incluirlas en la conversación de forma que represente un verdadero diálogo en lugar de una diatriba.

Con esto, creo que se han agotado mis 40 segundos, así que lo dejaré aquí.

RSS
Facebook
Twitter