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¿Por qué tan pocas personas se sienten satisfechas con su trabajo?

Hace unos años, le planteé esta misma pregunta a la profesora de la Escuela de Administración de Yale (EE.UU.) Amy Wrzesniewski, quien estudia estos temas y me dio una explicación que tenía mucho sentido. Los estudiantes, me dijo, “piensan que su vocación está debajo de una roca y que, si levantan suficientes rocas, la encontrarán”.

Las encuestas confirman que tener un significado es lo primero que los millennials dicen querer de un trabajo. Sin embargo, una investigación de Wrzesnieswski demuestra que menos del 50 % de las personas ven su trabajo como una vocación. Los buenos trabajos y carreras que emprenden muchos de estudiantes siguen sin satisfacerles y les producen ansiedad y frustración.

De lo que ellos -y, en mi opinión, muchos de nosotros- no se dan cuenta es que el trabajo puede ser importante, incluso si no se considera una vocación. Las cuatro ocupaciones más comunesen Estados Unidos son: dependiente de tienda, cajero, manipulador de alimentos/camarero, y empleado de oficina; todos estos, trabajos que no se asocian normalmente con la idea de “significado”. Pero todos tienen algo en común con los que sí, tales como miembros del clero, profesores y médicos: existen para ayudar a otras personas. Como ha demostrado el profesor de la Escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania (EE.UU.), las personas que ven su trabajo como una forma de ayudar y facilitar a otras personas consideran sus empleos más significativos y relevantes.

Eso significa que se le puede encontrar un sentido a casi cualquier puesto en cualquier organización. Al fin y al cabo, la mayoría de las empresas crean productos y servicios para satisfacer una necesidad en el mundo y todos los trabajadores contribuyen a ello de una forma u otra. La clave es ser más conscientes sobre el servicio que se ofrece, como un todo y también personalmente.

¿Cómo? Una forma es empatizar con el usuario final o beneficiario. En un estudio, Grant y sus colegas encontraron que los recaudadores de fondos de un centro de llamadas universitario, a los que se les había presentado un estudiante cuya educación estaba siendo financiada por el dinero recaudado, pasaron un 142 % más de tiempo al teléfono con los donantes potenciales. Estas personas recaudaron un 171 % más de dinero que las que no habían conocido a los beneficiarios de las becas. Tanto si sus clientes son externos como internos, una mayor atención en ellos y en cómo ayudarles a vivir sus vidas y cumplir con su trabajo puede ayudarle a encontrar más significado en su propio trabajo.

Otra estrategia es recordar constantemente la meta general de la organización. Hay una gran historia acerca de un conserje con el que John F. Kennedy se topó en la NASA en 1962. Cuando el presidente le preguntó lo que estaba haciendo, el hombre dijo: “Ayudo a llevar un hombre a la luna.”. Life is Good es una empresa de ropa conocida por los diseños coloridos y con muñecos de palo en sus camisetas, pero su misión es en realidad difundir el optimismo y la esperanza por todo el mundo, y eso es algo que hasta los operarios del almacén entienden. Si trabajas en una gestoría, ayudas a personas y empresas con la desagradable tarea de pagar impuestos. Si eres un cocinero de comida rápida, facilitas a una familia una comida barata y deliciosa. Cada uno de estos trabajos tiene un propósito en el mundo.

Incluso, si no ve la forma de entusiasmarse con la misión y  con los clientes de la empresa en la que trabaja, todavía puede adoptar una mentalidad de servicio, al pensar cómo su trabajo ayuda los que ama. Piense en el siguiente estudio sobre las mujeres que trabajan en una fábrica de procesamiento de cupones en México. Los investigadores, liderados por el profesor de la Escuela de Administración WHU-Otto Beisheim (Alemania), encontraron que las trabajadoras que describían su trabajo como aburrido eran por lo general menos productivas que a las que les parecía gratificante. Sin embargo, para quienes veían el trabajo (aunque aburrido) como una forma de sostener y apoyar a sus familias, las diferencias de productividad desaparecían. Con esa actitud, eran tan productivas y enérgicas como las trabajadoras a las que no les incomodaba su tarea. Muchas personas entienden el propósito de su trabajo de una forma similar. Les ayuda a pagar la hipoteca, irse de vacaciones e incluso permitirles una afición que da sentido a sus vidas como las tutorías voluntarias, la jardinería y la carpintería.

No todo el mundo encuentra su verdadera vocación. Pero eso no significa que estemos condenados a trabajar en trabajos sin sentido. Si replanteamos nuestras tareas como oportunidades para ayudar a los demás, cualquier ocupación puede resultar más satisfactoria.

Hay una historia bien conocida sobre un limpiador de la NASA que, cuando JFK le preguntó cuál era su trabajo, respondió: “estoy ayudando a poner un hombre en la Luna“. Esta anécdota se usa a menudo para mostrar cómo incluso el más rutinario de los trabajos puede ser visto como significativo y valioso con la mentalidad adecuada y bajo un buen liderazgo.

Hoy en día, cada vez más empleados demandan mucho más que un buen salario de sus trabajos. El dinero puede atraer a una persona hasta un puesto de trabajo, pero el propósito, el significado y la perspectiva de un empleo interesante y valioso determinan tanto su permanencia en él como el compromiso con el que trabajarán mientras estén en la empresa. Encontrarle sentido al trabajo se ha vuelto tan importante que hay incluso clasificaciones públicas de los trabajos con mayor valor añadido. Aunque hay muchos factores que determinan cómo de atractivo puede llegar a ser un empleo, aquellos que contribuyen a mejorar la vida de otras personas son los más valorados (por ejemplo, la atención médica y el trabajo social. Curiosamente, los estudios metaanalíticos indican que solo hay una relación marginalentre la remuneración y la satisfacción que produce un trabajo. Un abogado que gana 150.000 dólares al año (127.000 euros) no está necesariamente más implicado que un diseñador freelance que gane 35.000 dólares al año (30.000 euros).

Diferentes investigaciones demuestran de forma continuada que las personas que consideran que su trabajo tiene algún significado aseguran tener mejor salud, sentir más bienestar, trabajar más en equipo y mayor compromiso. Estas personas, indican varios estudios, se recuperan más rápido de los contratiempos y son más propensos a ver los errores como oportunidades de mejora en lugar de fracasos. En otras palabras, las personas tienen más probabilidades de prosperar y crecer en un trabajo cuando piensan que tiene alguna razón de ser. Esta es la razón por la que las empresas con un sentido de propósito más sólido y claro tienden a tener un mejor rendimiento financiero. Como era de esperar, las empresas más exitosas en el mundo son también los mejores lugares del mundo para trabajar.

Durante las últimas décadas, una gran cantidad de investigación ha demostrado que los líderes desempeñan un papel importante en ayudar a los empleados a entender por qué son importantes sus trabajos. Es más, las características de liderazgo que permiten a estas culturas de significado y propósito involucrar a los empleados son también el reflejo de la personalidad de un líder, lo que se ha demostrado que tiene un fuerte impacto en el rendimiento del equipo y la organización.

En particular, las investigaciones realizadas sugieren que hay cuatro características clave de la personalidad que determinan la capacidad de una persona en posición de liderar para lograr que los trabajos de otras personas adquieran mayor sentido. Estas son:

1) Son curiosas e inquisitivas. Los estudios demuestran que las personas tienden a experimentar el trabajo como algo significativo cuando sienten que contribuyen a crear algo nuevo, sobre todo cuando se sienten capaces de explorar, conectar y tener un impacto. Los líderes curiosos ayudan a las personas a encontrar significado en el trabajo al explorar, preguntar e involucrar a otras personas en y sobre ideas del futuro. De alguna manera, los líderes curiosos ayudan a los empleados a encontrar algo significativo al ofrecer una gama más amplia de posibilidades de cómo se hace el trabajo, en contraposición a ser muy preceptivos y microgestionar. Los líderes curiosos también son más propensos a aburrirse y detestan la monotonía, por lo que siempre estarán buscando que la gente llegue a nuevas ideas para hacer su propia experiencia de trabajo más interesante.

2) Son desafiantes e implacables. Uno de los mayores problemas que las organizaciones deben resolver es la inercia y el estancamiento que siguen al éxito, o incluso a su anticipación. Hay estudios que demuestran que las personas optimistas que esperan hacerlo bien no se esfuerzan tanto como las personas que piensan que lo tienen difícil y pueden fracasar. Los líderes que siguen siendo ambiciosos tanto ante el fracaso como el éxito, y que empujan a sus equipos a permanecer insatisfechos con sus logros, infunden un sentido más profundo de propósito en sus equipos y organizaciones. Como resultado, los empleados sienten una sensación de progreso, reinvención y crecimiento, lo que a su vez da como resultado una experiencia de trabajo más significativa y positiva.

3) Contratan por valores y adecuación a la culturaAlgunos trabajos de investigaciónmuestran que las personas solo encuentra algo valioso si se alinea con sus principales necesidades y motivaciones. Esta es la razón por la que el alineamiento entre los valores personales de un individuo y la cultura de la organización en la que trabaja es un factor tan importante de su desempeño. De hecho, es mejor no contratar a los mejores, sino a personas que encajen bien en la organización. Los valores funcionan como una brújula o lente interna a través de la cual asignamos significado al mundo. Los líderes que prestan atención a lo que cada individuo valora son más propensos a contratar a personas a las que les será más fácil conectar con sus colegas y la organización en general, todo lo cual ayuda a impulsar un sentido de significado.

4) Son capaces de confiar en la gente. La mayoría de las personas odia ser microgestionada. Los jefes abrumadores y controladores son una grave fuente de falta de empoderamiento para los trabajadores. Esto drena el impacto del trabajo que hacen y les hace sentirse irrelevantes. En contraposición, los líderes que saben cómo confiar en las personas tienen más probabilidades de darles espacio para experimentar y crecer. En particular, ayudan a las personas a moldear sus roles, algo que los investigadores llaman job craftingconvertirse en artesanos de su propio trabajo. Los trabajadores que personalizan su trabajo tienden a sentir un sentido mucho mayor de importancia y valor porque sienten que su encargado confía realmente en ellos.

Nótese que las cuatro cualidades anteriores deben existir en concierto. Un jefe que es implacable pero no confía puede tratar de “mantener a la gente en alerta” siendo errático o impredecible, una manera segura de dañar el rendimiento y la moral. Un jefe que es desafiante pero no curioso puede percibirse como un matón, mientras que un jefe que confía pero no es desafiante parecerá un calzonazos. En resumen, hay una clara diferencia entre hacer el trabajo significativo y hacerlo divertido o fácil, al igual que hay una gran diferencia entre un empleado implicado y uno feliz. Mientras que la implicaciónse traduce en entusiasmo, unidad y motivación (todo ello aumenta el rendimiento y por tanto es valioso para la organización), la felicidad puede conducir a la complacencia. Para ser un buen líder, céntrese en ayudar a los empleados a encontrar sentido a sus logros más que en simplemente disfrutar de su tiempo en la oficina.

Justo antes de la marca de las tres millas (aproximadamente cinco kilómetros), en el maratón de Londres ocurre algo extraño. Debido a la participación de alrededor 40.000 corredores en uno de los eventos benéficos para recaudar fondos más grandes del mundo, el control de la multitud requiere que haya tres puntos de partida diferentes. Justo antes del marcador de las tres millas, estas tres rutas comienzan a combinarse en una sola.

A medida que las diferentes rutas empiezan a converger y convertirse en una sola, la mayoría de los corredores empiezan a animar (y animarse) según se van encontrando con otros compañeros que se unen a lo que les queda del extenuante viaje de 42,195 kilómetros. Sin embargo, muchos de los corredores también comienzan a abuchear a los maratonistas que pertenecen a un grupo de arranque diferente, los cuales se identifican por colores. Tanto unos como otros son corredores aficionados que participan en la misma prueba y por razones bastante similares. Durante muy poco tiempo, y casi de forma aleatoria, se les agrupa por puntos de partida y colores: rojo, azul y verde.

La naturaleza competitiva de algunos participantes es tan alta, que un color asignado de forma aleatoria es suficiente para evocar una identidad. En la práctica, y debido a este planteamiento, los participantes se convierten en tribus rojas, azules y verdes. Por lo tanto, cuando uno se encuentra con un grupo de otro color se encuentra en realidad con miembros de otra tribu. Abuchearlos, entonces, tiene sentido: no forman parte de nuestra tribu.

He corrido este maratón varias veces y, sorprendentemente, sucede lo mismo cada vez. Es como algo sacado de El señor de las moscas de William Golding. Ahora bien, piense cuántas veces pasa algo así en el trabajo.

Tribus en el trabajo

En el mundo de los negocios, incluso cuando estamos en la misma empresa, a menudo nos encontramos enfrentados con nuestros colegas. Los departamentos de ventas necesitan flexibilidad para satisfacer las cambiantes demandas de los clientes, mientras que los equipos de ingeniería y operaciones necesitan estabilidad para potenciar la escalabilidad y la eficiencia de la empresa. Las oficinas en diferentes países y regiones quieren soluciones específicas para sus mercados particulares, mientras que las sedes centrales buscan que todas las divisiones locales se alineen en torno a una estrategia única y clara. Se organizan centros de experiencia a fin de crear estrategias innovadoras y de gran alcance a largo plazo, para ayudar a los trabajadores de cara al cliente, quienes realmente persiguen soluciones inmediatas para las situaciones fundamentales con dichos clientes.

Aunque todo el mundo está en el mismo equipo, los objetivos y las necesidades de cada persona, de cada equipo, son diferentes. Este ambiente de trabajo es el que sienta las bases para que las diferentes unidades funcionales de la empresa adopten más una mentalidad de “nosotros contra ellos” que de “nosotros contra nuestros competidores”. Estos grupos dejan de comunicarse eficazmente entre sí y todo comienza a volverse tribal. Según mi experiencia, llegado a este punto podrá comenzar a identificar diferentes banderas rojas:

  1. Lanzar piedras. ¿Los equipos se culpan mutuamente, critican injustamente el trabajo de los demás y se lanzan continuamente piedras los unos a los otros? Esta es una señal bastante clara. Una vez tuve un cliente en el que los desacuerdos entre las áreas de diseño, ingeniería y marketing eran tan fuertes que los equipos apenas podían trabajar juntos sin discutir entre ellos. De hecho, las cosas se pusieron tan feas que los ejecutivos a cargo, apenas podían hablar entre sí sin una persona de recursos humanos en la habitación.

 

  1. Culpar al cliente. Echar la culpa al cliente o consumidor final ocurre con demasiada frecuencia y puede ser otra señal de que la rivalidad entre equipos comienza a estar fuera de control. De hecho, al final, lo único en lo que se podía poner de acuerdo el equipo anterior era que la culpa de que un nuevo producto hubiese fracasado era del cliente. Incluso cuando los equipos no se lanzan piedras directamente entre sí, utilizar al cliente como chivo expiatorio es una señal de que algo está fuera de lugar. Participé en otra reunión, muy amigable, en la que los equipos de ventas, producción y logística se exoneraron los unos a los otros de cualquier responsabilidad y acordaron inequívocamente que las pérdidas multimillonarias se debían a que el consumidor no era lo suficientemente sofisticado como para entender cómo se debía consumir su producto.

 

  1. “Lo hizo Pushkin”. En Rusia, cuando no se sabe quién hizo algo, es común decir “lo hizo Pushkin”. Los holandeses tienen un dicho similar: “fueron los enanos”. Es mucho más probable que la falta de colaboración productiva entre dos equipos sea el resultado de procesos y estructuras inadecuados, una comunicación enrevesada e incentivos mal planificados que culpa de los enanos y de Alexander Pushkin. Esté atento a los plazos y compromisos que no se han respetado cuando ninguna de las partes entienda o admita el motivo del desacuerdo.

 

  1. Negarse a trabajar juntos. Este es quizás el caso más severo de tribalismo, cuando departamentos y organizaciones enteras se niegan a cooperar con otros. ¿Se lo puede imaginar? ¿Una cultura de desconfianza y en la que se recompense la falta de cooperación entre cientos de personas en la misma empresa? ¿Que trabajar junto a otros departamentos y equipos para encontrar una solución conjunta se vea como colaborar con el enemigo? A principios de la década del 2000, muchas organizaciones de recursos humanos diferenciaron entre centros de especialización (CE) y grupos orientados al cliente. Los CE debían ser los “expertos profesionales” y los grupos orientados al cliente los “expertos en los clientes”. No hizo falta mucho tiempo para que empezasen guerras territoriales acerca de quién era el dueño del cliente (es decir, el ejecutivo de la unidad de negocio). En algunas empresas, esto se hizo tan grave que dos grupos diferentes se negaban incluso a hablar entre ellos. Las iniciativas de la empresa pronto comenzaron a duplicarse y triplicarse por toda la organización. Como se puede imaginar, esta es una forma muy costosa de tribalismo empresarial.

¿Qué puede hacerse?

A continuación, hay algunos consejos que han resultado de utilidad a otros líderes en esta situación:

  1. Gestionar la psicología. Este es probablemente el consejo más importante. Cuando existen objetivos enfrentados en un entorno competitivo, no se puede permitir que la naturaleza humana funcione con piloto automático. La desindividualización puede comenzar a aparecer cuando los departamentos que luchan entre sí comienzan también a demonizarse el uno al otro. El secuestro de la amígdala, cuando uno reacciona de forma exagerada a un estímulo, también es un riesgo.

 

  1. Reformulación. Es responsabilidad del líder enmarcar la situación y el ambiente de trabajo para el bien del resto del equipo. Tenga cuidado con la forma en que define la misión y el objetivo de los equipos que la perseguirán. Si la colaboración o una nueva forma de trabajar es importante para ello, dígalo. ​

 

  1. Romper los silos. Las compañías en el siglo XXI necesitan estar mucho menos compartimentadas que las del siglo XX. La experiencia, el conocimiento y las habilidades están ampliamente distribuidas. Para ser competitivos es imperativo romper los silos de información y de datos.

 

  1. Gestionar egos ejecutivos. Una vieja regla práctica de consultoría es detectar dónde está ocurriendo el problema y luego mirar un nivel por encima. ¿Envían los líderes los mensajes correctos sobre la colaboración y la cooperación? ¿Se les recompensa por hacerlo? Si su liderazgo no muestra el comportamiento que se necesita, este tampoco calará en los niveles inferiores.

La gestión activa de las dinámicas humanas involucradas ayudará a su organización a cosechar los beneficios que ofrece contar con diferentes áreas de especialidad en la empresa, a la vez que reduce los inconvenientes del tribalismo.

George, un alto ejecutivo de un gran proveedor de internet, participó en uno de mis programas de desarrollo del liderazgo. Aunque era obvio que tenía mucho talento, el resto del grupo le consideraba un estorbo. George tendía a monopolizar la conversación, fuese cual fuese el tema. Todos estaban de acuerdo en que no sabía escuchar. Siempre que hablaba otra persona, se impacientaba en seguida y trataba de cambiar el tema hacia otro asunto que le interesase más. Y solía devaluar el trabajo de los demás mientras realzaba sus propios éxitos. Para los otros participantes, estaba claro que George consideraba que la mayoría de la gente no cumplía con sus estándares. No resultó sorprendente que George no cayera bien a la mayoría del grupo y les costara mucho lidiar con él.

A menudo, parece que el narcisismo (grandiosidad, autopromoción e imposición) es un requisito básico para llegar a las cimas más altas de una empresa. Los narcisistas pueden ser carismáticos y manipuladores, características que les ayudan a avanzar. Sin embargo, aunque sus motivaciones y ambiciones pueden ser eficaces de cara a la empresa, el narcisismo excesivo puede sembrar el caos y dar paso al bloqueo organizacional. Con lo envidiosos que son, los narcisistas siempre buscan ganar, sean cuales sean los costes. Se consideran “especiales” y solo se asocian con otras personas “especiales” o de elevado estatus.

Además, los narcisistas tienen una fuerte predisposición a sentirse con derecho a todo. Cuando no reciben el trato especial que creen que se merecen, se impacientan o se enfadan mucho. Dada su mentalidad egoísta, les resulta difícil reconocer o identificarse con los sentimientos y las necesidades de otros. La empatía no es una cualidad innata para ellos. Y dado que los narcisistas tienen la piel bastante fina, les cuesta aceptar las críticas, se ofenden en seguida, muestran reacciones exageradas y se ponen a la defensiva. Aunque pueden dar la impresión de tener una gran autoestima, la realidad puede ser justo la contraria. Debajo de ese exterior confiado, les plaga un profundo sentimiento de inseguridad. Su bravuconería es más bien una vía para compensar su profunda vulnerabilidad. Tratan las atenciones positivas como una especie de analgésico.

Todo esto genera importantes desafíos para quienes dirigen equipos en los que hay narcisistas. Para empeorar las cosas, estos perfiles se niegan a reconocer que tienen un problema. ¿Por qué pedirían ayuda, cuando creen que son mejores que los demás? ¿Cómo pueden aprender de los errores si son incapaces de reconocer que han cometido alguno?

Los psiquiatras han probado muchos tipos de intervención con individuos narcisistas. Todos ellos requieren tiempo. Los rasgos de personalidad no cambian rápidamente, si es que lo hacen. Entonces, ¿qué pueden hacer los mánagers? De mi experiencia impartiendo talleres de liderazgo, he aprendido algunas técnicas que ofrecen resultados prometedores. Estos son mis consejos:

Cree un fuerte sentimiento de cohesión de equipo

Un entorno grupal hace que las manifestaciones disfuncionales resulten más llamativas, más controlables, más discutibles y por tanto menos aceptables.  La presión social empujará al narcisista a adaptarse a las normas del grupo. Por tanto, serán sus iguales los que asumirán el papel de obligarle a respetar las normas, animándole a escuchar y empatizar con los demás.

Utilice ese equipo fuerte para estimular el intercambio de opiniones entre compañeros

Para los narcisistas, a menudo resulta menos amenazante recibir comentarios de sus iguales en lugar de que provengan de una única persona o líder. Por supuesto, las opiniones de muchas personas resultan más difíciles de ignorar que las de una única persona. Si la dinámica del grupo funciona de forma eficaz, la perspectiva del narcisista sobre sí mismo será revelada, reflejada, desafiada y podrá ser modificada.

Fomente un espacio seguro, un poco juguetón

Esto se puede convertir en un entorno en el que la gente con una disposición narcisista aprenda a desarrollar la confianza, explorar los límites, aceptar las observaciones de los demás y aumentar la autoconsciencia. En tal entorno, los iguales del narcisista podrán abordar constructivamente los comportamientos problemáticos mientras muestran algo de comprensión.

No se enfrente al narcisista directamente, apoye al equipo 

Volviendo a George, el facilitador del grupo tuvo mucho cuidado de no enfrentarse a él de manera demasiada directa cuando su comportamiento durante las sesiones no era adecuado. Cuando era necesario, el facilitador empatizaba con George (mostrando sorpresa y dolor) en respuesta a los enfrentamientos con él y los comentarios hechos por sus compañeros. Al mismo tiempo, el facilitador fomentaba que los compañeros de George rechazaran su manera de dominar las conversaciones. Les permitía interrumpirle cuando hablaba demasiado para hacerle entender que no siempre tenía que ser la persona más lista de la habitación.

Con el paso del tiempo, George aprendió a empatizar con los demás. Al practicar la escucha, aprendió de sus experiencias. Descubrió que las críticas constructivas pueden ser útiles para su autoestima en lugar de devastadoras. Al final, George llegó a comprender el carácter inapropiado de muchas de sus expectativas, y que el mundo no giraba únicamente en torno a él. Empezó a interiorizar algunos de los patrones de comportamiento de los demás, y descubrió que eran más eficaces para abordar los desafíos de la vida.

Por supuesto, lidiar con narcisistas siempre representará un reto, sea dentro de un entorno de grupo o no. Algunas de estas personas nunca serán capaces de tolerar las presiones del grupo. No podrán aceptar los comentarios negativos de sus iguales, y podrían decidir abandonar barco.

Pero la principal preocupación de un mánager no debería consistir en perder a su narcisista, sino que otros miembros del equipo decidan despedirse, cansados de las atenciones que exigen los narcisistas. Resulta difícil lidiar con el sentimiento de un narcisista de que tiene derecho a todo, su falta de empatía y su necesidad de sentirse especial. Si logra generar una dinámica de grupo que mantenga esas tendencias a raya y que ayude a desarrollar la autoconsciencia de todos los miembros del equipo, conservará a su mejor gente, y sacará lo mejor de los demás.

Si cree que el amor es ciego, debería saber que, cuando uno habla, también se vuelve ciego y además sordo. Cuando se habla sin parar es muy fácil no darse cuenta de que se está abusando del turno de palabra, e incluso, puede llegar a ignorarse a otra persona que intenta educadamente hacerse un hueco en el diálogo, o simplemente trata de salir de la conversación porque debe ir a otra parte (posiblemente cualquier otra parte si uno se ha puesto realmente pesado).
Existen tres fases dentro de las conversaciones con otras personas. Durante la primera fase, usted se mantendrá centrado, relevante y conciso. Pero entonces descubre inconscientemente que cuanto más habla, mayor es la sensación de alivio. Es una sensación maravillosa y liberadora, pero no tano para el receptor. Esta es la segunda fase, en la que sienta tan bien hablar que uno ni se fija en si la otra persona le está escuchando.
La tercera fase se produce después de haberle perdido la pista a lo que iba diciendo, cuando empezará a darse cuenta de que podría necesitar volver a captar la atención de la otra persona. Si durante la tercera fase de este monólogo mal disfrazado de conversación, inconscientemente usted percibe que la otra persona se está volviendo algo inquieta, adivine lo que sucederá a continuación.
Por desgracia, en lugar de encontrar la manera de volver a enganchar a su inocente víctima al permitirle hablar y escucharle, el típico impulso consiste en hablar aún más en un intento por volver a atraer su interés.
¿Por qué sucede esto? Primero, la sencilla razón de que todo ser humano tiene sed de ser escuchado. Pero segundo, porque el proceso de hablar sobre nosotros mismos libera dopamina, la hormona del placer. Uno de los motivos por los que la gente parlanchina sigue dándole a la lengua es que se vuelve adicta a ese placer.
Poco después de publicarse mi libro, Just Listen (Sólo escucha), yo también sucumbí e ignoré las señales de que había empezado a irritar a mi amigo y compañero, Marty Nemko, el presentador de un programa de la radio nacional de Estados Unidos. Marty y yo llevamos años haciéndonos mutuamente de coach, así que me tocó la fibra cuando me dijo: “Mark, para un experto en la escucha, necesitas hablar menos y escuchar más”.
Después de superar la vergüenza que me generó su regañina, me sugirió una apañada estrategiaque he estado empleando. A mí me ayuda, y puede que a usted también le sirva. Nemko lo llama la regla del semáforo. Dice que funciona bien con la mayoría de la gente, sobre todo con personalidades del tipo A, que tienden a ser menos pacientes.
Durante los primeros 20 segundos de hablar, el semáforo está en verde: mientras que su discurso sea relevante para la conversación y usted se muestre a su servicio, seguirá cayendo bien a su interlocutor. Pero a menos que usted sea un talentoso anecdotista, la gente que habla mucho más de aproximadamente medio minuto de golpe resulta pesada y a menudo es percibida como demasiado habladora. Así que la luz se vuelve ámbar durante los siguientes 20 segundos. En este punto aumenta el riesgo de que la otra persona empiece a perder el interés o encontrarle tedioso. A los 40 segundos, la luz se pone en rojo. Sí, existen casos puntuales en los que querrá saltarse el semáforo en rojo y seguir hablando, pero la gran mayoría de las veces deberá parar o se meterá en terrenos peligrosos.
Nemko afirma que la regla del semáforo sólo es el primer paso para evitar hablar demasiado. También es importante determinar la motivación subyacente que le impulsa a ello. ¿Lo hace por el placer que le proporciona hablar sin parar y desahogarse? ¿Habla para aclarar su forma de pensar? ¿O habla porque a menudo tiene que escuchar a otras personas, y cuando da con alguien que le cede el micrófono simplemente no se puede resistir?
Sea cual sea la causa, los soliloquios normalmente ahogan las conversaciones, y pueden provocar que todos los participantes se deterioren en monólogos alternos. Y eso desde luego poco hará por hacer avanzar ni la conversación ni la relación.
Una razón por la que algunas personas son tan habladoras es por que intentan impresionar al resto con su intelecto, a menudo porque en realidad no tienen tanta confianza en sí mismas. Si este es su caso, dese cuenta de que seguir hablando sólo hará que la otra persona se sienta menos impresionada.
Por supuesto, algunas personas que hablan demasiado simplemente “puede que no perciban el paso del tiempo”, dice Nemko. En este caso, la cura no consiste en analizarse en busca de pistas psicológicas, sino en desarrollar una mejorada percepción interna de cuánto duran 20 segundos. Empiece a llevar reloj y a comprobarlo para pillarse en el acto, por ejemplo, cuando habla por teléfono. Adquirirá la costumbre de concluir un discurso mientras el semáforo siga en verde, o al menos en ámbar.
Por último, recuerde que incluso 20 segundos hablando pueden enfriar a los oyentes si no son activamente incluidos en la conversación. Para evitar eso, haga preguntas, intente incorporar y profundizar en lo que digan las otras personas y busque maneras de incluirlas en la conversación de forma que represente un verdadero diálogo en lugar de una diatriba.

Con esto, creo que se han agotado mis 40 segundos, así que lo dejaré aquí.

En algún momento, todo líder ha tenido que tratar con una persona, o peor aún, un grupo de personas que ha perdido la motivación. Es frustrante, ¿no? Por mucho que hayamos pasado por lo mismo, a veces es difícil simpatizar con otros que se han desconectado del trabajo y resultan improductivos como resultado. A veces, vemos su infelicidad como un error en su composición mental y, por lo tanto, creemos que deberían ser capaces de absorberlo y salir de él.

Aunque es fácil caer en esta actitud como líder, este tipo de pensamiento es contraproducente e ignora las razones subyacentes por las cuales las personas pierden su pasión por lo que hacen (o nunca lo encuentran).

Para llegar al fondo del problema, es crucial entender que, como humanos, queremos sentirnos motivados y encontrar sentido en las cosas que hacemos. Es parte de nuestra biología. De hecho, hay una parte de nuestro cerebro llamado sistema de búsqueda que crea los impulsos naturales para aprender nuevas habilidades y asumir tareas desafiantes pero significativas. Cuando seguimos estos impulsos, recibimos una descarga de dopamina, un neurotransmisor relacionado con la motivación y el placer, que nos hace desear participar en estas actividades aún más. Y, cuando nuestros sistemas de búsqueda se activan, nos sentimos más motivados, decididos y enérgicos. Nos sentimos más vivos.

Explorar, experimentar, aprender: esta es la forma en que se supone que vivimos y trabajamos. El problema es que demasiados trabajadores no pueden participar en estas actividades porque la forma en que se ejecutan nuestras organizaciones les impide hacerlo.

Tomemos a Tom como ejemplo, un desarrollador de sitios web a quien conocí en una tarea de consultoría en una firma de contabilidad. Cuando Tom fue contratado, justo al salir de la universidad, estaba emocionado porque le habían dicho que había oportunidades para aprender y crecer. Sin embargo, la burbuja no duró mucho. “Pronto descubrí que mi supervisor no tenía tiempo ni paciencia para experimentar“, me comentó, “Estaba más preocupado por el protocolo que por el desarrollo personal. Es como si tuviera miedo de que probara cosas nuevas porque podría no funcionar exactamente como estaba planeado. No me deja mucho espacio para aprender”.

Al principio, Tom no se dio por vencido. Trabajó para mejorar algunos procesos e intentó inyectar un poco de personalidad en su trabajo. No obstante, como el jefe de Tom estaba bajo presión para cumplir una serie de métricas de sitios web, no tenía la flexibilidad para implementar sus ideas. A medida que las semanas se convirtieron en meses, el trabajo de Tom se volvió rutinario y aburrido y el resultado fue que acabó desconectándose.

No debemos culpar a Tom por su reacción, porque reaccionó de la forma en que todos estamos diseñados para reaccionar. Cerrarnos en banda es la forma que nuestro cuerpo tiene para decirnos que estamos destinados a hacer cosas mejores, seguir explorando y aprendiendo. Esta es nuestra biología: parte de nuestro inconsciente adaptativo es saber que nuestro potencial humano se está desperdiciando.

La clave para los líderes es encontrar formas de activar los sistemas de búsqueda de los empleados. ¿Cómo lo hace? Si es parecido al jefe de Tom, es probable que haya bloqueos en la organización, muchos de los cuales probablemente estén fuera de su control. Por lo general no es posible ignorar las métricas de rendimiento o superar las políticas y la burocracia.

A pesar de estas dificultades, es posible que los líderes activen los sistemas de búsqueda de sus empleados sin una gran revisión de las políticas y la cultura de toda la organización. Y, según mi experiencia de trabajo con líderes en todo el mundo, puede alcanzar los objetivos comerciales mientras mejora la vida de los empleados. Hay tres pequeños pero consecuentes empujones que activan los sistemas de búsqueda de los empleados: anímelos a aprovechar sus puntos fuertes, crear oportunidades para experimentar y ayudarlos a personalizar el propósito del trabajo.

Autoexpresión

Los filósofos nos han estado diciendo durante milenios que las personas tienen un impulso innato para mostrarles a los demás quiénes son en realidad, pero de algún modo la vida organizacional a menudo choca con el deseo humano de autoexpresión. Incluso a día de hoy, cuando ensalzamos las virtudes de la creatividad y la innovación, aún vemos títulos de trabajo burocráticos, roles inflexibles y sistemas de evaluación estandarizados que generan ansiedad en lugar de emoción y autoexpresión.

Ninguno de nosotros quiere simplemente realizar comportamientos preprogramados una y otra vez. Tenemos un profundo deseo de utilizar nuestras habilidades y perspectivas únicas para tomar nuestras propias decisiones sobre cómo ayudar a nuestros equipos a tener éxito. Cuando se les pide a las personas que piensen sobre sus mejores características, se activan sus sistemas de búsqueda. La investigación muestra que cuando las personas identifican y usan sus puntos fuertes únicos, se sienten más vivos.

Los líderes pueden ayudar a los empleados a ser lo mejor de sí mismos sin cambiar el marco de sus trabajos. Por ejemplo, en un estudio que realicé con mis compañeros, descubrimos que pedir a los nuevos empleados que escriban y compartan historias sobre los momentos en que estaban en su mejor momento los hacía sentir más cómodos al verse cerca de sus compañeros de trabajo y que valoraban sus fortalezas únicas. Los resultados mostraron que los recién llegados incluidos en esta dinámica hicieron más felices a los clientes y era mucho menos probable que renunciaran en el futuro.

Los empleados quieren ser valorados por las habilidades y perspectivas únicas que aportan, y cuanto más pueda reforzar esto y recordarles su papel en la compañía en general, será mejor. Y no hace falta mucho. Tanto en Make-A-Wish como en Novant Health, por ejemplo, los líderes animaron a los empleados a crear sus propios títulos de trabajo, un paso que llevó a las personas a destacar sus contribuciones únicas en sus equipos.

Experimentación

Una segunda forma de activar los sistemas de búsqueda de las personas es crear una “zona segura” experimental que incluya juegos y vínculos sociales de apoyo. El juego no solo estimula el sistema de búsqueda, también empuja la ansiedad y el miedo a su lugar.

Está claro que las emociones positivas son importantes por derecho propio. No obstante, no es solo que el juego “siente bien”. Las zonas seguras experimentales crean motivaciones intrínsecas, que son mucho más poderosas que las motivaciones extrínsecas porque liberan la creatividad. Las empresas son más ágiles cuando animan a los empleados a pensar en nuevos enfoques y probarlos y luego reciben comentarios sobre cómo el entorno respondió a sus ideas.

La investigación es clara en cuanto a que enmarcar el cambio y la innovación como una oportunidad para experimentar y aprender es mejor que enmarcarlo como una situación de desempeño, haciendo que la gente se sienta ansiosa, reacia al riesgo y menos dispuesta a persistir en la dificultad. Por ejemplo, los empleados de una planta de fabricación de electrodomésticos en Italia aprendieron sobre la fabricación ajustada al jugar con Legos en lugar de con las placas de cocción. Luego experimentaron con la transformación de su propia línea de producción utilizando las nuevas técnicas. En dos semanas, el equipo de producción hizo suya la fabricación ajustada, reduciendo los defectos internos en un 30% y mejorando la productividad en un 25%.

Propósito

La sensación de propósito no solo proviene de curar enfermedades y mejorar el mundo. La sensación de propósito también se enciende cuando podemos ver la causa y efecto entre nuestras entradas y el progreso de nuestro equipo. Por ejemplo, el sentido del propósito se dispara cuando podemos ofrecer ideas a nuestro equipo sobre el medio ambiente y lo que podría funcionar mejor. Del mismo modo, sentimos un sentido de propósito cuando podemos experimentar de primera mano cómo nuestras contribuciones únicas ayudan a otras personas y permiten que el equipo progrese.

Por ejemplo, cuando los líderes trajeron estudiantes becados a un centro de llamadas para agradecer a los recaudadores de fondos por el dinero que recaudaron, los eventos de recaudación de fondos se volvieron más persistentes e hicieron muchas más llamadas en sus turnos. Y, debido a que estaban más conectados personalmente con el motivo de su trabajo, cada llamada fue sustancialmente más efectiva: recaudaron un promedio de 9.704,58 dólares (unos 8.342 euros) versus 2.459,44 dólares (cerca de 2.114 euros) de recaudaciones de fondos donde no hablaron con un estudiante becado.

Tenga en cuenta que inculcar un sentido de propósito no funciona cuando se trata de una “solución única”. No puede ser solo un discurso de los líderes superiores que hablan durante las reuniones del ayuntamiento sobre por qué sus productos ayudan a los clientes. El propósito funciona mejor cuando los empleados interactúan directamente con las personas a las que afectan su trabajo. Por ejemplo, se alienta a los empleados de Microsoft a pasar tiempo con los clientes, entendiendo de primera mano sus dilemas y problemas. Un gerente de cuenta pasó una semana en la calle con oficiales de policía, por ejemplo, tratando de entender cuándo y dónde los datos remotos podrían ayudarlos. Otro gerente de cuenta pasó dos días en un hospital para entender lo que realmente significaría estar digitalizados.

No hace falta mucho para iluminar nuestros sistemas de búsqueda. Para los líderes, el resultado es que el potencial ya está fluyendo bajo la superficie. Y no hace falta encanto o discursos de motivación para aprovechar esa energía; todo lo que se necesita es un esfuerzo concertado para infundir autoexpresión, experimentación y un propósito personalizado en todo lo que hacemos.

 

“Yo ya conozco mis puntos fuertes y mis debilidades”.

Si nos dieran un euro cada vez que escuchamos decir esta frase a un ejecutivo al que estamos formando, hace tiempo que nos habríamos retirado. Cuando realizan una prueba, a menudo dicen que, si bien es posible que no reconozcan todas sus fortalezas, confían en conocer sus debilidades.

Sin embargo, lo que vemos cuando analizamos encuestas de desempeño de 360 ​​grados sobre estos líderes, es que los ejecutivos con puntuaciones realmente bajas en una o más áreas no suelen ser conscientes de sus terribles defectos. Se sorprenden al encontrarse a sí mismos en niveles tan bajos, a pesar de que aproximadamente el 30% de todos los líderes que hemos estudiado tienen al menos un defecto fatal.

Permítanos explicar lo que queremos decir con un “defecto fatal”. Todos tienen debilidades, pero tras haber realizado evaluaciones a decenas de miles de líderes, hemos descubierto que la mayoría de las veces las debilidades leves no afectan la efectividad general de una persona. Por lo tanto, aunque los líderes generalmente no son conscientes de sus debilidades, esto no les perjudica.

Los defectos fatales, sin embargo, son diferentes. Estas son debilidades que son tan extremas que pueden tener un efecto dramático negativo en un líder, obstaculizando seriamente su contribución a la organización y el progreso de su carrera. Todos los demás pueden ver esto de forma clara, pero la persona con el defecto mortal casi nunca lo hace. En este punto, esa ceguera tiene un alto coste.

Nuestros datos muestran que alguien a quien se le percibe como deficiente en cualquier rasgo importante de liderazgo paga un alto precio. Si su puntuación se encuentra por debajo del 10% en una habilidad clave, se ubicará en la quinta peor posición global, sin importar lo fuertes sean sus otras fortalezas. En pocas palabras, los líderes no necesitan ser extremadamente buenos en todo, pero por lo general no pueden ser totalmente nulos en un área y tener éxito.

Por qué las deficiencias son difíciles de autodiagnosticar

¿Por qué las debilidades y los defectos fatales son tan difíciles de detectar para nosotros? Las fortalezas se ven como un resultado directo de algún comportamiento específico exhibido por el líder. Por ejemplo, son extremadamente efectivos para resolver problemas y pueden señalar instancias específicas donde su pensamiento rápido salvó un proyecto. O son extremadamente buenos para reunir a su equipo para producir un excelente trabajo y han visto el resultado en forma de clientes satisfechos o premios de la industria. Los líderes reconocen algo que hacen que produce una reacción positiva, seguido de un resultado comercial positivo.

Las debilidades, especialmente los defectos fatales, son lo opuesto; son “pecados de omisión”. Se deben al resultado de la inacción, del líder que no hace algo. En nuestras evaluaciones, algunos de los defectos fatales que vemos con mayor frecuencia son la falta de pensamiento estratégico, no asumir la responsabilidad de los resultados y no construir relaciones fuertes. Ocasionalmente encontramos líderes cuyos defectos fatales son “pecados de comisión”, como un jefe con un temperamento terrible o un ejecutivo que miente, pero esas personas son muy raras (afortunadamente).

Debido a que la mayoría de los defectos mortales son pecados de omisión, es más difícil que los reconozcamos en nosotros mismos. El resultado, después de todo, no es visible. Es un trato que nunca se llega a firmar o un proyecto que no existe. Estos líderes simplemente no están haciendo que las cosas sucedan.

Cuando ven sus puntuaciones bajas, estos líderes a menudo nos dicen: “Pero no he hecho nada para merecer estas notas”. Sin embargo, sabemos que sus colegas están pensando que “merecen estas notas porque no han hecho nada”.

Ser más autoconsciente

Hay varias maneras en las que usted puede aprender a identificar sus debilidades y comenzar a determinar si son serias o leves.

Puede comenzar encontrando un “narrador de la verdad” que compartirá comentarios honestos con usted. Nuestros datos muestran que un gran número de compañeros conocen o ven de primera mano un error grave en su compañero; solo se necesita encontrar a esas personas y alentarlas a hablar haciéndoles saber que de verdad quiere obtener información honesta. Si ellos comienzan a comunicar la verdad de una manera cautelosa y tentativa, aliéntelos a abrirse siendo proactivamente receptivo. Su reacción le permitirá escuchar la historia completa.

Si esto no funciona, considere contratar ayuda externa. Ojalá pudiéramos decirle que solo tiene que pensar en su camino hacia una mayor autoconciencia, pero la verdad es que eso es difícil de realizar. Si su empresa no ofrece coaching o retroalimentación de 360 ​​grados (podemos ser parciales, pero creemos que es la mejor manera de mejorar la autoconciencia), considere contratar a un coach o terapeuta por su cuenta. (La terapia a menudo está cubierta por un seguro médico, mientras que el entrenamiento, no). Esta persona puede ayudarle a comprender mejor sus debilidades y encontrar formas de remediarlas.

Piénselo. Si en promedio un tercio de los líderes tiene un defecto fatal, mire a su derecha e izquierda en una reunión de administración. Si en su opinión ninguno de los dos compañeros que están sentados junto a usted tiene una debilidad tan grave, las leyes de la estadística sugieren que es usted el que la tiene.

 

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